(Por Pedro Basara, Secretario de Extensión de ESEADE) La educación superior sigue siendo un factor clave para mejorar las oportunidades laborales y económicas.
Según el informe Panorama de la Educación 2025, publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en Argentina, las personas con un título terciario o universitario ganan en promedio un 63% más respecto de quienes sólo completaron la secundaria.
Lo mismo ocurre en otros países de la OCDE, donde -en promedio- la brecha alcanza el 54%. Lo cual demuestra que realizar tecnicaturas, licenciaturas o maestrías, genera resultados, especialmente en Argentina.
En efecto, los datos generados por el reporte muestran una correlación directa entre el nivel educativo alcanzado y el salario:
- Una maestría multiplica por 2,5 los ingresos en comparación con un nivel secundario.
- Una licenciatura permite ganar en promedio un 75% más.
- Incluso las carreras terciarias cortas ofrecen una mejora de alrededor del 30%.
Esto significa que, en el mercado laboral argentino, los estudios universitarios:
- Amplían las posibilidades de conseguir empleo.
- Determinan significativamente el nivel de ingresos al que se puede aspirar.
En tiempos en los que muchos desmerecen el impacto que tiene la educación superior respecto a la empleabilidad efectiva, el estudio de OCDE refuerza su incidencia en el desarrollo profesional de las personas.
Más que un beneficio individual
Invertir en educación superior tiene un impacto que trasciende al individuo: no solo se traduce en una fuerza laboral más calificada, sino también en una sociedad con mayor capacidad de innovación, resiliencia y productividad.
Las personas que acceden a la universidad adquieren herramientas críticas —conocimientos técnicos, competencias digitales, habilidades de análisis y pensamiento crítico— que las preparan para enfrentar los desafíos de un mercado laboral en constante transformación.
Al mismo tiempo, la formación universitaria fomenta la investigación y la transferencia de conocimiento, generando soluciones a problemas sociales, ambientales y económicos.
Así, cada profesional no solo aporta valor a su trayectoria personal, sino que contribuye a la construcción de un entramado colectivo de desarrollo e innovación.
Por eso, ampliar las oportunidades de acceso y permanencia en los estudios superiores se vuelve una tarea estratégica.
No se trata únicamente de que más personas alcancen un título, sino de garantizar condiciones que les permitan completar sus carreras y transformar ese capital educativo en oportunidades reales.
Políticas de becas, sistemas de tutoría, acompañamiento académico y programas de inclusión, resultan clave para reducir las brechas de desigualdad y democratizar el conocimiento.
En definitiva, promover la educación superior es invertir en el futuro del país: en una economía más competitiva, en ciudadanos más comprometidos y en una sociedad con mayor cohesión social. No es solo un beneficio individual; es la base sobre la cual se construye un desarrollo sostenible y equitativo.
El desafío de reducir la brecha de habilidades
El informe de OCDE destaca que si bien las tasas de logro y finalización de estudios superiores ofrecen información valiosa sobre el rendimiento del sistema educativo, dotar a los estudiantes de las competencias pertinentes tiene máxima relevancia.
De hecho, la adquisición de habilidades blandas aplicadas a la actividad profesional, hoy tiene un impacto determinante en el mundo laboral.
La educación superior, entonces, no puede limitarse a la transmisión de conocimientos teóricos, sino que debe enfocarse en el desarrollo de capacidades prácticas, en especial las digitales, las vinculadas a la resolución de problemas y las asociadas al pensamiento crítico.
“Simplemente ampliar las oportunidades educativas no es suficiente; los sistemas educativos también deben garantizar que los estudiantes desarrollen las competencias necesarias para prosperar”, advierten desde la OCDE.
Es por ello que los esfuerzos por aumentar el acceso a la educación superior debe ir acompañado de una transformación profunda en los planes de estudio, en las metodologías de enseñanza y la vinculación entre universidades, empresas y organismos públicos.
Más aún, en tiempos de transformaciones profundas, en los que la brecha de habilidades se convierte en un desafío central.
Tengamos en cuenta que mientras algunos sectores productivos enfrentan dificultades para encontrar perfiles preparados para la innovación tecnológica, muchos graduados no logran insertarse en puestos de calidad debido a la falta de competencias específicas.
Reducir esta brecha requiere un enfoque integral que combine formación académica sólida con programas de actualización permanente, aprendizaje práctico y experiencias que conecten a los estudiantes con los desafíos reales del mercado.
Fuente: Education at a Glance 2025 – OECD.